Los partidos conservadores no conseguían suficiente apoyo de la población y presionaban al presidente Paul von Hindenburg para que nombre canciller a Hitler.
El 30 de enero de 1933, Von Hindenburg dimite y nombra a Hitler como presidente. Hitler no fue elegido por el pueblo alemán, sin embargo, llegó al poder en forma legítima.
Los nacionalistas celebraron su victoria con una marcha con antorchas por las calles de Berlín. Desde el balcón de la cancillería, Hitler los observaba con aprobación pero hasta ese momento todavía no contaba con el poder supremo.
Diez años antes de ser nombrado canciller, Hitler había intentado acceder al gobierno a través de un golpe de Estado. Sin embargo, el golpe fracasó y Hitler fue a la cárcel. A pesar de esto, durante esos años de aislamiento político, el Partido Nacionalista Alemán (NSDAP) fortaleció su liderazgo, obligando al gobierno de la República de Weimar a ceder ante las presiones del militar austríaco.
Tras asumir como canciller, Hitler comenzó la transición hacia un régimen totalitario que se intensificó tras la muerte del presidente Hindenburg en agosto de 1934. De esta manera asumió el cargo de jefe de Estado y de comandante de las fuerzas armadas; se proclamó Führer, único líder del Tercer Reich. Fue así que el camino hacia la Segunda Guerra Mundial se había iniciado.